Así pues, si
queremos llegar hasta el final en el proceso de inclusión de alumnos con alguna
discapacidad, debemos desarrollar lo que podemos denominar Estrategias para la atención a la diversidad dentro del aula,
que permitan que todos los alumnos, tengan o no alguna discapacidad, participen
en las mismas actividades de enseñanza y
aprendizaje. Estas estrategias, en su conjunto, conforman un dispositivo
pedagógico complejo, en el centro y en el aula, que de forma natural posibilite
y fomente la interacción entre todos los estudiantes. Se trata, ni más ni
menos, de articular, dentro de cada aula inclusiva, un dispositivo pedagógico
basado en tres puntales:
La personalización de la
enseñanza: es decir, la ad ecuación, el ajuste, de lo que enseñamos, y cómo lo enseñamos, a las
características personales de los estudiantes. Los alumnos no son iguales
(tienen diferentes motivaciones, diferentes capacidades, ritmos de aprendizaje
distintos, etc.) y, por lo tanto, no podemos enseñarles como si fueran iguales,
ni dirigirnos al cincuenta por ciento que conforman el término medio, dejando de lado al veinticinco por
ciento de los dos extremos. Se trata de una serie de estrategias y recursos relacionados
con la “Programación Multinivel”, o “Programación
Múltiple”, que consiste en la utilización de múltiples formas de comunicar los
conocimientos y presentar las actividades, múltiples actividades de enseñanza y
aprendizaje, múltiples formas de evaluar..., que se ajusten a las múltiples formas de ser y aprender de los
alumnos de un mismo grupo de clase.
La autonomía de los alumnos y alumnas
(estrategias de autorregulación del aprendizaje):
cuantos más alumnos tengamos que sean autónomos, o como mínimo más autónomos, a
la hora de aprender, más tiempo podremos dedicar a los que de entrada son menos
autónomos. No obstante, estas estrategias se pueden enseñar de forma explícita
(de modo que los estudiantes aprendan a aprender) y conseguir, por lo tanto,
que haya más alumnos en las clases que dependan menos de sus maestros, para que
éstos tengan más tiempo para ayudar a los menos autónomos.
La estructuración cooperativa del
aprendizaje: estructurar la clase de manera que el maestroolamaestranoseanlosúnicosque“enseñan”,sinoquetambiénlos alumnos, en pequeños equipos de trabajo
cooperativo, sean capaces de “enseñarse” mutuamente, de cooperar y ayudarse a
la hora de aprender.
Tradicionalmente
la Educación Especial ha sido concebida como una respuesta racional
influenciada por las ciencias empíricas. Su objetivo fundamental ha sido buscar
soluciones técnicas a los problemas planteados por la práctica. Este empirismo
ha obligado a emplear procesos excesivamente técnicos asociados al diagnóstico
y a la intervención. Como consecuencia de ello, con demasiada frecuencia los
profesores de apoyo a la integración actúan aplicando las orientaciones
establecidas por los llamados "expertos" (médicos, psicólogos,
pedagogos, psicopedagogos) sin cuestionarse los criterios utilizados por los
mismos. La práctica se centra entonces en los medios olvidando los fines para
los que se educa a los niños y a los jóvenes, que pueden llegar a ser grandes
conocedores de habilidades o de conocimientos puntuales, aplicados a través de
programas educativos muy especializados, que difícilmente sabrán generalizar a
la vida ordinaria. Se produce, por tanto, una separación entre la teoría y la
práctica, característica fundamental de un enfoque funcionalista.
Si
bien es innegable que la integración escolar está realizando grandes aportaciones
en el ámbito de la Educación Especial, también es cierto que este término está siendo
conceptualizado de formas muy diferentes, y que muchas veces aparece unido a ideologías
y a prácticas asociadas al controvertido modelo médico-psicométrico o modelo
del déficit, debido a la influencia de parámetros sociopolíticos de diversa
índole. Es preciso tener en cuenta que en algunos contextos muchas personas
discapacitadas están siendo segregadas y excluidas de las prácticas ordinarias,
siendo percibidas como diferentes e inferiores. En muchos ámbitos (político, social,
económico, educativo) se considera la discapacidad como "categoría"
que segrega y excluye, lo que es vivido por los propios discapacitados como una
tragedia personal, al sentirse etiquetados por una categoría de opresión
(Oliver, 1998; Abberley, 1998). Barton (1986) afirma, a este respecto, que
mientras que la sociedad ha defendido y hasta ha alardeado del progreso que se
ha conseguido y se ha proporcionado a las personas discapacitadas en los últimos
tiempos,las voces que empiezan a oírse
cada vez más de las personas discapacitadas hablan de sentimientos de
explotación, exclusión y deshumanización.
Los
diferentes significados y usos que se están dando al discurso de la integración
están determinando que éste se considere ambivalente. Uno de sus principales problemas
en muchos centros proviene de la consideración de las necesidades educativas
especiales desde el modelo deficitario que ha caracterizado a la Educación Especial
más tradicional. La perspectiva que proporciona este modelo legitima una visión
de las necesidades especiales descontextualizada del resto del aula, lo que
impregna la percepción social de las mismas. En muchos contextos el término
necesidades educativas especiales se ha convertido en una nueva categoría para
identificar a los alumnos especiales, al favorecer la percepción de que los
niños que están inmersos en ella son un grupo homogéneo cuya característica
fundamental es la de ser especiales. Esto viene determinado porque este término
está siendo utilizado en discursos burocráticos, legislativos, educativos y
administrativos con relación a la discapacidad. Y, aún más, está siendo
definido como sinónimo de discapacidad aunque ésta no aparezca.
Vlachou
(1999) manifiesta sobre este particular que a numerosos alumnos, por el hecho
de ser clasificados como alumnos con necesidades educativas especiales, se les supone
una discapacidad sin tenerla. Considera que la integración se ha convertido en una
noción muy controvertida, siendo del todo necesario que identifiquemos aquellas
barreras que discapacitan más que la propia discapacidad, con el fin de poder
actuar contra ellas. Quizás por esta circunstancia, la aplicación de las
políticas de integración no se desarrolle de manera neutra, como nos indica
Oliver (1987), sino dentro de un marco cultural y político de discriminación
contra las personas discapacitadas. Esta afirmación pone de manifiesto el
significado en el que ha quedado inmersa la integración tras su puesta en
marcha, de manera que para muchos profesores implica que los individuos a los
que se refiere sean considerados, y ellos mismos se consideren, como diferentes
e inferiores puesto que continuamente son segregados de las prácticas educativas
que se desarrollan en las aulas de las escuelas ordinarias.
Mientras
que la integración haga resonar en el profesorado la idea de alumnos diferentes,
con necesidades distintas que requieren respuestas diferentes dadas por profesores
especialistas, se estarán produciendo procesos de exclusión. A su vez, se dispersarán
esfuerzos en una dirección que probablemente no sea la más rica ni la más integradora.
Por ello, pensar en la heterogeneidad como una situación normal del grupo/clase
y poner en marcha una planificación educativa acorde a ella, permitirá utilizar
a los docentes tanto distintos niveles instrumentales y actitudinales como
recursos intrapersonales e interpersonales que beneficien a todos los alumnos.
Consiguientemente, el proceso de la integración exige ser repensado y
redefinido, puesto que reproduce el modelo médico centrado en diagnosticar las
deficiencias y en establecer modelos de enseñanza específicos impartidos por
especialistas. La educación inclusiva puede constituir el medio para ello.
Pera finalizar esta entrada me gustaría compartir con vosotros el siguiente cortometrage.